viernes, 15 de febrero de 2013

La Vida es Bella o el Legado de Janusz Korzcak.





Mirando La vida es bella de Begnini, no dejo de pensar que no se debe entender como una visión, aunque edulcorada, de los campos de concentración, sino como una pregunta fundamental: ¿hay que decir la verdad a los niños y dejarles ver el horror de la vida?
En el mejor de los casos, cada padre contestará a esta pregunta y dejará o mirar cualquier programa de tele a sus vástagos.
Sin embargo, si esos padres deben explicar la guerra, las bombas que caen, las torturas y los asesinatos de los familiares, ¿cómo lo harán?
Observamos en la película, que Begnini (más bien el autor de la novela que inspiró el largometraje, Vincenzo Cerami) eligió de presentar la desdicha y la muerte como un juego para preservar la inocencia del niño, hijo del protagonista.
Esta parábola no deja de ser un planteamiento fundamental para una sociedad o una familia:  ¿hasta qué´punto se debe decir la verdad a los niños, hasta cuándo preservar su "inocencia"? Sabemos que bastantes males provienen de la sobreprotección (desgraciadamente muy de moda hoy en día) que conlleva infantilismo hasta edades avanzadas y que produce individuos completamente alejados de la "realidad" y con lagunas de comunicación enormes. Sabemos también que otros muchos males provienen de la falta de apoyo, de la indiferencia o dejadez de la familia hacia las emociones o los miedos de sus hijos. Por mi parte, creo que el desafío de cada progenitor es de proteger a sus hijos, dándoles al mismo tiempo recursos para asimilar la realidad, según su edad, sensibilidad y ritmo. Lamento que tantos niños no puedan ser "niños" ni puedan vivir sin preocupaciones de adultos, como ocurre en los numerosos países que están en guerra o como los hay también en nuestra sociedad que les obliga  a veces a asumir roles que no les corresponden. Lamento también que haya adultos que no hayan crecido emocionalmente por haber sido ignorados en su infancia.
Es importante aquí resaltar el consuelo que otorga la imaginación para aguantar situaciones difíciles u incluso extremas. Jamás dejaremos a los niños expresar y volar la imaginación lo suficiente con el fin de asimilar mejor sus vivencias traumáticas.
Ignoro si Cerami se inspiró en alguna anécdota o en personaje reales para crear al padre Guido pero su brillante idea me recuerda las de un médico-escritor judío-polaco llamado Janusz Korzcack (de su verdadero nombre Henry Goldszmitz): Este pedagogo profesaba un respeto total hacia el niño y un deber genuino de alejarle del mal. Durante la segunda guerra mundial, cuidaba de los huérfanos judíos del gueto de Varsovia cuando le ofrecieron huir mientras "sus" niños serían conducidos al campo de concentración de Treblinka. El rehusó la propuesta repetidas veces y, como el Guido de la película, presentó el viaje en tren como una excursión bonita que realizararon cantando. Ya que la situación no tenía remedio, mejor sonreír, debió pensar... La sorpresa de los soldados nazis fue, pues, muy grande cuando oyeron a 200 niños cantando al entrar en aquellos tristes vagones.
Desde que leí sobre la vida de Korzcack, su figura no deja, entonces, de fascinarme y sigo pensando que, si de Emile Zola se dijo que "fue un momento de la conciencia humana" (por su papel relevante en el caso de Alfred Dreyfus), aquel médico debió ser, pues, como mínimo "unas horas de la conciencia humana" porque no dejó de repetir a niños "condenados" que la vida era bella, ya que, según él, "el lazo más fuerte que tenemos con la vida se expresa en la sonrisa de un niño"




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