Muchos viven este periodo del año con ilusión y otros consideran que la mentira que hacemos tragar a nuestros vástagos se vuelve más gorda cada año.
Ante tanto despliegue de lo comercial, no dejo de preguntarme quienes se benefician realmente de la festividad de los Reyes (a parte, desde luego, de los comercios).
Los padres hacemos regalos en estas fechas tan concurridas, cierto, aunque me temo que los que realmente regalan ilusión no son ni los Reyes ni los padres, sino los niños mismos.
Creo, efectivamente, que todas estas estratagemas para mantener la inocencia de los hijos, y que se traguen la mentira del siglo con la supuesta intención de que sean felices, tiene un único fin: hacer felices a sus padres, que sigan pensando que sus pequeños son inocentes y crédulos. Como si sus caras maravilladas (y engañadas) nos tranquilizaran. ¿Será que queríamos nosotros también seguir creyendo que un anciano con barba nos recompensará por ser buenas personas?
Algunos adultos hasta dicen que ya no disfrutan de los regalos una vez sus hijos/sobrinos/nietos saben el secreto. Ello, de hecho, dice más del adulto que del pequeño.
Los padres queremos que los vástagos sean inocentes y, si no, que hagan como si lo fuesen. Como consecuencia, mucho niños optan por dejar creer a sus padres que todavía no conocen el secreto para no desencantarles. No quiero ser aguafiestas pero me parece un lío.
O sea que los adultos creamos unas figuras mágicas para complacer a nuestros hijos, a sabiendas que tendremos un día que desmentirlas (hecho que nos causa ansiedad) pero esa mentira se vuelve contra nosotros, ya que nos obliga a mentirles más y más y obliga, sobre todo a nuestros incocentes vástagos, a mentirnos a nosotros también para no decepcionarnos, por lo tanto, a perder la inocencia por aparentarla.
O sea que sí: soy una aguafiestas.
Siento opinar que la inocencia de un niño no se mide según la cantidad de mentirijillas piadosas que le podamos contar. Creo más bien que la inocencia se pierde cuando uno se da cuenta de que no puede confiar del todo en padres que creen que un niño necesita una mentira para ser feliz.
Me explico... o me vais a linchar: Estas tradiciones me parecen muy bonitas. Es más, que un niño crea en la mágia, sea la de Navidad o cualquier otra, me parece fantástico. El poder de la imaginación es la mejor herramienta para entender una realidad, a veces cruel o brutal, y por eso es también importante dejar que sueñen o lean, que cuenten cuentos y demás.
Lo que quiero decir es que no creo que haya que recurrir a estratagemas para disfrutar de estas historias. Una leyenda es una leyenda y se puede entender como tal. Luego, el niño mismo tiene la posibilidad de soñar y trasformarla a su antojo, de crearse un mundo maravilloso, como cuando lee Caperucita Roja: sabe que un lobo no habla, por lo que no hace falta escondérselo a base de secretismo. El niño asimila el cuento a su nivel y lo disfruta.
Siendo madre de un niño de 10 años os puedo garantizar que nunca hemos fomentado ninguna mentira respecto a la Navidad y que, con 4 años, él mismo preguntó de dónde venía el papa Noel y le dije la verdad, pidiéndole, por favor, que no lo comentara con los que seguían creyendo. Eso no ha cambiado nada en cuanto a la inocencia de mi hijo ni al poder inmenso de su imaginación: es un chico que crea y cree, se ilusiona, disfruta y sigue poniendo comida a los renos de papa Noel, y canta y se ríe como cualquier hijo de vecino, pero su mamá no tiene que sufrir por los cuentos chinos que le debiera contar para que siguiera ignorando el secreto (ya os decía yo que, a final de cuentas, se trataba de complacernos a nosotros mismos como padres).
Paradójicamente veo a mamás que no saben cómo salirse de las mentiras que han estado contando durante años, cuando, por fin, se les hace la gran pregunta sobre si existen los Reyes Magos. Las veo perdidas, enfadadas y decepcionadas. Será que ellas se lo habían creído ¿o qué?
Broma aparte, cuando vuestro hijo (según su ritmo) os pregunte si DE VERDAD existen los Reyes, tendríais que estar agradecidos de que él o ella haya adquirido cierto espíritu crítico y una consciencia más clara de la abstracción para poder realmente meditar sobre este tema. Mientras no lo haga, podríais estar agradecidos de tener hijos con un imaginario potente.
O sea que agradecidos, siempre... y no perdidos en mentiras: no hace falta.
Para mi, lo importante es poder seguir creyendo en la belleza de la vida, en la bondad de los desconocidos; y disfrutar de las leyendas antiguas e intentar regalar todo el afecto que podamos. Mi hijo nos regala también cosas para Navidad: manualidades, dibujos y cosas creativas que le salen del corazón. Sabe tambien que sus padres tuvieron que esforzarse mucho para que recibiera regalos y lo agradece más, creo, que si viniesen de un trio de tíos barbudos anticuados y forrados de dinero. Sabe también que debe respetar la creencia del niño catalán - que espera al Caga Tió - y del belga que piensa en su saint Nicolás. Sobre todo espero que sepa que la vida misma es mágica y brillante, que hay que disfrutarla al máximo buscando, si es posible, el tesoro de la bondad.
Isabelle Toussaint
Ilustración: Léon Martí Toussaint
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