Varias polémicas sobre la comprensión de los idiomas me han inspirado reflexiones que quería compartir.
Como profesora de idiomas, es una rama que, obviamente, me llama mucho la atención.
No
entraré en detalles para insistir en el hecho de que oído musical y
lingüístico son hermanos muy próximos, lo cual no significa que los
músicos sean necesariamente buenos en idiomas ni que los poliglotas sean
buenos músicos.
Siempre me pregunto porque, cuando sabemos que el
mayor porcentaje de la comunicación es gestual y no verbal, tan poca
gente logra entender otro idioma.
Para empezar, creo que nuestro
oído no está acostumbrado a oír a los demás (no digo ni escuchar).
Nuestra sociedad nos orienta, desgraciadamente, hacia un entendimiento
muy diferente...
No hace falta precisar que hay gente más dotada
por las lenguas y otra por la matemática. No se trata de juzgar ni a una
ni a otra (tampoco de investigar el por qué de este fenómeno) si no de
intentar establecer las bases de un mejor aprendizaje. Os confieso mi
nulidad congénita en matemáticas (cosa que, en su tiempo, ha mortificado
a mi familia), lo cual no me impide sumar, restar y demás, aunque
básicamente. ¡Qué remedio!
De hecho,, un factor determinante en el
aprendizaje de los idiomas es el factor vergüenza: ¿por qué no nos
gusta aprender nuevas lenguas? Porque, según nuestros parámetros, nos
hace volver niños estúpidos que balbucean haciendo el ridículo,
equivocándose frente al grupo “que sabe”. Todos queremos dar la
impresión que controlamos y que lo sabemos todo. Hablar otro idioma es
admitir que no lo sabemos todo, que no controlamos nada (o poco) y que
estamos intentando producir un sonido que nuestra boca no reconoce. Nos
“barbarizamos”, según los griegos que tachaban de bárbaros (extranjeros)
todos los que no hablaban griego. El día que nos demos cuenta de que
todo eso no tiene importancia alguna y dejemos reír los necios,
aprenderemos algo de idioma... Os lo dice vuestra servidora, que se
enfrenta a este fenómeno cada día, abriendo la boca de manera poco
agraciada para intentar producir alguno que otro sonido que no sean
franceses.
A mi entender, otro argumento fundamental es el hecho
de que casi todos pensamos que nuestro idioma, por ser el primero
aprendido, es el único que vale la pena aprender ( ¡a veces, ni
siquiera!) porque le vemos como “superior”. Allí interviene el papel de
la ideología y de la política mezclados con la ignorancia lingüística:
cuantas veces no he oído en mi país que cierta lengua es bonita y otra
no; cuantas veces he visto a otra gente vecina defender su idioma por
desarrollar más el cerebro por su gramática complicada o
“lógica”(¿acaso existe gramática fácil? ¿Desde cuándo un idioma ha de
ser “lógico”, estamos en la clase de mates o qué?); o cuantas veces
vosotros habéis oído que no hacía ninguna falta aprender más idiomas ya
que ya habláis un idioma muy expandido; o mejor, ¿cuántas veces habéis
oído que hablar castellano debería estar prohibido por estar en Cataluña
y, al revés, ¿para qué molestarse en aprender catalán? Ya que estamos
en España... ¿Sigo?
No hace falta que precise esos ejemplos de
estupideces e ignorancia. Sólo diré una cosa: no existe ningún idioma
superior a otro y si, alguna vez, alguien tiene la cara de pretenderlo,
acordaos cual es la ideología que esa persona intenta defender y veréis
su mala fe...
O sea que: otro factor importante es la humildad.
Existen otras maneras de expresarse, la gente estructura el mundo de una
forma distinta y aceptarlo es un paso sine qua non.
Lo que nos
enseñan esos idiomas es más que gramática, lingüística o comunicación:
es que el mundo es complicado y que ponernos al nivel de los bárbaros
para intentar entenderlo mejor (el mundo) no es ninguna vergüenza. Es
más, es casi una hazaña, es como llegar a decir: “con mi idioma nativo,
he aprendido UNA manera de ver el mundo. Sin embargo aprendiendo otro
idioma (SEA CUAL SEA, os veo venir...), aprendo más maneras de acercarme
a la “realidad”, ajusto mis esquemas mentales a los de otros y a ver si
me vuelvo más “flexible”.
Puede sonar muy filosófico, idealista o
rebuscado, (¡ojalá los que aprendemos idiomas seamos mejores
personas!). No digo que siempre pensamos eso durante el estudio de una
lengua. Sin embargo, es como un paso previo imprescindible, aunque
muchas veces inconsciente, que damos.
Por fin, sólo quiero decir
que el aprendizaje lingüístico nos permite volver a mirar el mundo como
niños vírgenes de experiencias. No perdamos, por favor, eso de vista
porque es una gran prueba de humildad, virtud que, como bien sabemos,
escasea.
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