Yo, con mis 42 años, he tenido a muchos profesores a lo largo de mi vida.
El otro día, leyendo poemas y textos que fueron importantes para mí, recordaba a algunos.
Los recordaba por lo que me aportaron intelectualmente, los recordaba por lo que me aportaron emocionalmente (porque, al fin y la cabo, una cosa va con la otra) y los recordaba también por haberlos odiado, a veces.
Actualmente, la tendencia en nuestros países es que la relación entre docente y alumno sea lo más harmoniosa posible; cualquier atisbo de conflicto, por lo menos por parte del docente, está visto como una tiranía, injusticia y demás.
No entraré ahora en el debate. A mi me gusta llevarme bien con mis alumnos.
Esta carta es un agradecimiento a todos mis profesores y mencionaré sólo a algunos, claro está.
Doy gracias al de literatura de bachillerato por haber confiado en mí, por haberme animado, por haberme enseñado tantos autores y textos maravillosos, por haberme hecho reír durante dos años, aún conservo sus apuntes (son sagrados). Doy las gracias al de mates (de bachillerato también) por haber reconocido mi esfuerzo y haberme puesto la mejor nota que jamás haya tenido en esta materia. Doy las gracias a uno de la universidad que impartía poesía. Cuando leía a Proust te transportaba a otra dimensión; cuando te decía que lo habías hecho bien, tocabas el cielo. Me hizo ver que podía escribir, que podía pensar y que podía hablar cuando ni sabía que podía. Le doy las gracias al de castellano de la misma facultad por haberme hecho trabajar sobre Cien años de soledad. Le doy las gracias a otro, de análisis de textos, que me pidió la opinión el día del examen oral y la escuchó atentamente.
Leyendo esto, a lo mejor pensáis que sólo me encontré con la flor y nata de los docentes y que ojalá fueran todos como ellos. Sin embargo, el primero nos atemorizaba, no permitía que nos sentáramos antes de tenernos a todos detrás de la silla, callados; jamás ponía más de un 8 de nota - y eso en casos excepcionales; no mostraba ni la menor compasión en clase y era muy arrogante y elitista. El segundo, un personaje huraño, fue el único profesor que le dijo a mi madre (acostumbrada, la pobre, a recibir elogios) que su hija era una vaga que no se merecía aprobar sin estudiar y que debía dedicarse a eso antes que a hacerle perder el tiempo a él. El tercero era, sencilla y llanamente, un borde. Si se te ocurría balbucear o buscar palabras, suspiraba y se marchaba (suspendiéndote, claro) porque no tenía ganas de oír tus dudas e inseguridades. El cuarto era de una altivez y una exigencia que me asustaban. Yo hasta pensaba que no era de este mundo, que, a lo mejor, se trataba de un androide. Sólo sonreía cuando se mofaba de un alumno y nunca felicitaba a nadie por nada. Aún le oigo corregir mi pésimo acento al intentar hablar castellano. El último, siempre exclamaba (hablando del examen oral): "Delante de mi puerta se derrama sangre". No os digo más. Todos elitistas y arrogantes. Y, a pesar de ello, les doy las gracias. No sólo a ellos, desde luego, a todos los demás también.
La única a quien guardo rencor es a la de P5, que nos traumatizó haciéndonos creer que cortaba lenguas de niños habladores. Después me enteré de que, en su familia, todos eran así de raros, fruto de una educación horrenda. En fin...
A todos y todas las demás, les doy las gracias. No porque sea masoquista, sino porque creo que los odié, porque me obligaron a superarme y a entender que cada ser humano tiene sus luces y sombras, que ningún docente es perfecto (tampoco ningún padre, tampoco la vida) y que es mejor experimentarlas que creer en Disneylandia y quedarse derrotado al primer soplo del viento.
Gracias por haber sido distintos, por no haberos dejado formatear en el altar de lo políticamente correcto y por haber sido seres humanos con innombrables facetas y no, justamente (mirad por dónde), tristes androides repetibles como la sociedad pretende que seamos los docentes.
Por fin, le doy gracias al profesor de crítica histórica, que nos dijo: "Es más fácil criticar a un hombre que escrutar su alma".